Una mala noticia. 14 de noviembre.
Esa tarde me sentía algo inquieto, no sé bien
como describir la sensación, pero es como una sutil corriente de energía, poco
más que un hormigueo subiendo por la espalda. Decidí hacer unos estiramientos
sobre la colchoneta que utilizo para hacer yoga, practicar unas respiraciones…
El teléfono móvil comenzó a vibrar, un número
muy largo en la pantalla y un aviso de la aplicación que detecta números
sospechosos avisándome de posible fraude, pero sabía que tenía que contestar,
quizá ese hormigueo sea algo parecido a lo que sienten los pájaros cuando
comienza un terremoto y es aún indetectable hasta para los sismógrafos, no
saben lo que pasa, pero hay algo que les dice que tienen que echar a volar.
Al otro lado de la línea me preguntaba Juan
Carlos, mi médico de medicina general si estaba cerca.
-
Sí, estoy en casa.
-
¿Puedes pasarte por el centro de salud?
-
Sí claro en cinco minutos estoy ahí.-Contesté con un pulso que se
aceleraba de manera brusca.
-
Dame quince, que tengo que atender a un niño y ahora te veo, y si
tienes los informes del diagnóstico del médico digestivo tráelos que no los
encuentro por aquí.
Esos quince minutos los aproveché para pasar
a el baño, llevaba arrastrando problemas intestinales que venían siendo leves
prácticamente desde primeros de año, en verano se incrementaron, y tras probar
a quitarme el gluten, la lactosa, alimentos y bebidas que tienden a inflamar el
intestino, y viendo que no mejoraba y que mis deposiciones comenzaron a ir
acompañadas de algo de sangre, decidí visitar al médico, me cuesta mucho ir,
pero no quedaba otra.
El peregrinaje de pruebas durante dos meses,
analíticas, visitas al centro de salud de ahí al hospital, al especialista
digestivo, más pruebas, culminando con una colonoscopia, finalizaron con un
diagnóstico de lo que parecía una colitis ulcerosa, enfermedad crónica, en mi
caso de carácter moderado, por inflamación intestinal. Un tratamiento de choque
a base de mesalazina para tratar de controlar esa inflamación y en un mes nos
vemos con más analíticas para ver la evolución.
Nada nuevo bajo el Sol, algo que ocurre todos
los días, lo raro es que con cincuenta años no hubiera pasado por el médico
salvo por alguna lesión por hacer deporte. Lo que sí es totalmente infrecuente
es que tu médico te llame al teléfono fuera de horas de consulta, por la tarde,
y además te pida que pases a verle, no quise preguntarle por teléfono, pero
supe perfectamente que no iban a ser buenas noticas, la colitis ulcerosa y los
nervios agarrados a un intestino de por sí tocado me hicieron acudir al baño y
aproveché esos quince minutos de margen.
De casa al centro de salud sólo tengo que
cruzar una plaza. Hacía frio, y a pesar de no estar la tarde muy avanzada se me
antoja recordar que casi parecía noche cerrada, orvallaba ligeramente. La
puerta del centro de salud estaba abierta, la recepción y la sala de espera
vacías y a oscuras dando al lugar un aire lúgubre, vacío de sanitarios y
pacientes, pero lleno de una profunda tristeza que se abrazó a mí de manera
agobiante nada más entrar.
La puerta de la consulta de mi médico estaba
entre abierta dejando escapar la poca luz que iluminaba la sala de espera. Juan
Carlos con un papel en la mano me indicaba que pasara.
-
Encontré el informe del digestivo, igual tendría que replantearse tu
diagnóstico.
-
¿Cuáles son las malas noticias? -Pregunté sin rodeos, no quería
prolongar la angustia por conocer algo que era evidentemente malo.
-
Me ha llamado la hematóloga, en la última analítica ha visto algo que
no le ha gustado, a falta de más pruebas, tienes un linfoma, un tipo de cáncer de
la sangre.
Y así, cuando después de varios meses con
problemas de salud que, aunque de carácter leve no dejaban de ser incomodos,
cuando ya tenía un diagnóstico y un tratamiento, adaptándome a las nuevas
circunstancias y aceptándolo, ya que después de todo no era algo grave, la vida
te da un fuerte empujón y te deja patas arriba.
Salí del centro de salud asustado, dominado
por un miedo a lo desconocido que se había hecho con el control de mi cabeza y
me hacía dudar si tan siquiera llegaría vivo al año nuevo para el que sólo
quedaba un mes y medio. Helado por dentro, a pesar de que mi cabeza bullía a
mil grados y con un papel impreso que me quemaba en la mano, donde entre
códigos de letras y números de marcadores que utilizan para las analíticas, se
podía leer, aunque tampoco lo entendía, posible linfoma de células del manto,
si no se produce reordenación, otras siglas y códigos ininteligibles para mí,
posible linfoma de la zona marginal.
Aunque Juan Carlos me aconsejó que no buscase
por internet sobre el tema, porque la información me iba a confundir y
preocupar innecesariamente, fue lo primero que hice.
Creo que todos hemos en algún momento
consultado con doctor google y aunque busques porque te ha salido un ligero
sarpullido tras una oreja, acabas llegando a la conclusión de que, seguro que no
es nada, pero también puede ser que te mueras.
Pero si vas un poco a tiro hecho, linfoma de
células del manto, lo primero que sale es que es un cáncer de la sangre poco
frecuente, que afecta al sistema linfático y que se puede extender a otros
órganos, que es incurable y agresivo, y si afinas un poco la búsqueda y le
pones al google esperanza de vida, te dice que la media de supervivencia global
es de unos tres años.
Aquí es donde quiero hacer un punto y aparte
para aclararme algo. Esto que escribo es una manera por un lado de desahogarme,
ya que no he sido capaz de llorar, creo que ni tan siquiera he sentido pena por
mí, por mi mala estampa y porque la vida está siendo injusta conmigo simple y
llanamente porque eso sería mentira. Tampoco creo que sufra un trastorno disociativo,
tan sólo soy así. Es verdad que tengo una personalidad fría, no exteriorizo o
trato de controlar la expresión de mis emociones, algo posiblemente
influenciado por mi trabajo y otro tanto que me viene de fábrica. Tengo una
forma de pensar muy racional, soy calculador, y me gusta, casi podría
considerar como imprescindible, tener los pasos que voy a dar planificados,
analizados, para aprovecharlos tanto en tiempo como en energía de la mejor
manera que creo.
No me
gustan los imprevistos, pero rápidamente me adapto a ellos, volviendo a
reconfigurar en mi cabeza que es lo que tengo que hacer y cómo. Estoy muy
influenciado por el pensamiento estoico, cuando he leído a Marco Aurelio,
Seneca o Epicteto o libros relacionados con el estoicismo, me he sentido
plenamente identificado. A lo largo de mi evolución intrapersonal he probado,
conocido y estudiado diferentes corrientes de pensamiento y de formas de entender
la vida, analizando como respondo en cada momento a las circunstancias que se
me van presentando y a mi evolución a través de ellas.
El
budismo, que conocí al practicar yoga y la meditación me atrajo mucho, pero
huyo de los rituales, de igual manera que no me convencía el catolicismo en la
parte litúrgica y de la iglesia como institución/empresa con un fondo muy bueno
e incuestionable, pero manchado por los intereses particulares de algunas
personas, pocos, pero con mucho poder, que al final lo único quieren es mantener
su estatus social.
Bajo
mi punto de vista, estoy convencido que ya sea Siddharta Gautama, Jesús de
Nazaret, Lucio Anneo Seneca y otros muchos profetas, iluminados y estoicos,
encontraron en la sencillez, la razón y el conocimiento una forma simple de
entender y disfrutar de la vida, donde al final todo gira entorno a tratar de
hacer el bien con lo que te rodea y si no puedes o no quieres, por lo menos no
hacer daño y molestar cuanto menos mejor.
Esta última parrafada como decía al
principio, es para recordarme el fin de escribir, lo que podría definir, como
un cuaderno de bitácora para este nuevo episodio que me toca experimentar y en
el que necesito organizarme las ideas, anotar lo que hago y por qué, e ir
teniendo en cuenta errores y aciertos sobre las decisiones que vaya tomando
para así en la medida de lo posible no perder un tiempo que ahora para mí corre
más rápido, en una cuenta atrás inexorable para todos, que se ha acelerado en
mi caso de manera inesperada.
Resulta indudable que la cabeza, los
pensamientos y las emociones afectan al cuerpo y viceversa. Cuando creía que
estaba mejorando de los problemas intestinales con un diagnóstico y una
medicación, yo me sentía más fuerte cada día que pasaba y sin embargo los
análisis decían que mi inflamación había aumentado, y, por el contrario, cuando
recibí la noticia del linfoma, empeoré notablemente a pesar de que los análisis
decían que la inflamación había bajado.
La primera noche me costó dormir, tenía el
pulso alto y en mi cabeza no paraba de hacerme preguntas así que me la pasé
consultando por internet hasta acabar saturado y quizá más preocupado. Pero
creo que entra dentro de lo normal tratar de entender que es lo que te está
pasando, aunque no hay que olvidar que toda la información que recibes debe ser
analizada con prudencia. Recuerda no quedarte con lo peor de lo que leas porque
mucho no lo vas a entender y además la
interpretación subjetiva que haces en un momento emocional delicado va a tender
a lo negativo, luego está la calidad de los datos, la fuente e incluso en qué
fecha se escribió.
Cuando leí la esperanza de vida de las
personas a las que se diagnostica un linfoma de células del manto, los datos
reflejaban una media de tres a cinco años. En posteriores consultas caí en la
cuenta que ese informe era del año 2007, que puede que haya variado o no, pero
en estos temas de la salud el paso de los años hace que los pronósticos sean
mejores por el avance de la ciencia y la investigación. Otro detalle importante, hay que
individualizar cada persona, su enfermedad y todas las circunstancias que la
rodean suman tantas variables que casi deja en un papel secundario lo que está
escrito, y debes ceñirte más a tu evolución y los resultados que vayan dando
las pruebas que te realizas.
La mañana siguiente, tras dormirme por
agotamiento, al abrir los ojos me sentí aliviado por un segundo pensando que
todo había sido un mal sueño. Pero no, una losa de diez toneladas me oprimió el
pecho impidiéndome respirar al comprender que todo había cambiado. Esa mañana
tocaba ir al médico digestivo con el resultado de la analítica, sabía que no
era más que un mero trámite, éste, me llevaba el tema de la colitis ulcerosa y
lo del linfoma es un asunto de hematología.
Como esto que escribo pretendo que sea entre
otras cosas, una guía a la que poder
recurrir cuando ande perdido, un copia burda de el método que uso Marco Aurelio
en sus meditaciones, en mi caso, diría que son mas divagaciones, una anotación
a tener en cuenta es sobre los sanitarios que te atienden.
El médico digestivo al que acudí fue con el
que mas rápido me dieron cita. No me gustaron sus formas, ese aire de
superioridad y paternalismo , no voy a criticarle desde luego, al final cada
uno es como es y si bien es cierto que por el motivo que sea, cuando conoces a alguien
resulta más cómodo si está en tu misma onda, lo más importante es que sea un
buen profesional, y esto implica que sea sincero, en el caso de este médico su
falta de sinceridad en alguna respuesta me hizo desconfiar y si no confías,
aunque tenga fama de ser el mejor del mundo es mejor cambiar.
Y
hablando de sinceridad, un detalle importante a tener en cuenta es que debes
ser sincero contigo mismo antes de exigirlo a los demás, no eres tan fuerte
como crees que eres, aunque no le tengas miedo a la muerte, porque es un
proceso natural por el que todos tenemos que pasar, reconoce que estás asustado
y navegando por un mar de incógnitas e incertidumbres ante un proceso nuevo y
desconocido que te está afectando físicamente y desgastando emocionalmente.
Quien
espera desespera, y el hecho de tener que esperar los resultados de unas
pruebas que al final necesitan un proceso que lleva su tiempo te está consumiendo por dentro tanto o más que la propia enfermedad.
Pero esas cosas no están en tu mano,
preocuparse por eso es un gasto de energía innecesario. Estás ansioso por
empezar como cuando te encuentras en la salida de una carrera y como cuando
llegas a una, tienes estudiado el perfil, los tiempos de corte, los avituallamientos, los ritmos y el material que vas a llevar, sabiendo que aún con todo preparado hay mucho que queda al azar y al transcurso de los
acontecimientos, el camino que te toca recorrer no deja ser algo parecido.
Suele ser algo común cuando alguien se ve
inmerso en una circunstancia grave, que se aconseje por otros o te digas a ti
mismo que ese hecho traumático te ha abierto los ojos a apreciar la vida como
algo valioso que no ponemos en el lugar que corresponde, como si nunca nos
fuera a llegar el fin, todos lo sabemos
pero no lo tenemos presente.
Bueno, pues a ti, recuerda que como a muchos
otros a cada minuto que pasa, se te ha encendido un contador luminoso con la
cuenta atrás, y sí, es una jodienda, pero no está en tu mano, toca aceptarlo,
tienes que vivirlo. Sacarle provecho sí es cosa tuya, no quiero decir con esto
que sea una fiesta por que mentiría, y decirte que tienes la oportunidad de que
cada minuto que pasa lo exprimas de manera plena convirtiendo los meses en años
es algo para lo que no estás capacitado hoy, pero puedes, como un niño cuando
comienza a leer, aprender las vocales. Practica con más intensidad lo que ya
venías trabajando, cuando te enfades da igual lo importante que te parezca,
identifica esa emoción negativa, no dejes que te controle y cuanto antes domínala,
bórrala de tu ser, caya ese maldito ego que hace que te ofendas por algo que al
final con el paso del tiempo y en la distancia sabes que recordarás como algo
insignificante y absurdo. Trata de saborear la comida siendo consciente de qué comes y disfrútalo, como cuando vas al monte en un día de invierno que amaneció
soleado y con temperatura cálida, y tras una larga caminata paras a comer un
par de mandarinas que saben a paraíso y degustas apreciando las vistas de las
montañas o la costa. Vivir plenamente es sencillo de decir y difícil de llevar
a cabo, pero tu tienes un acicate, agárrate a él, como la vela de un barco lo
hace al viento, ríe con ganas, canta y baila cuando puedas, y no dejes de decir
a los tuyos que los quieres cada vez que se te ocurra hasta que raye lo absurdo,
lo que te está pasando no es garantía de nada, no se abre un paréntesis con un “
A éste que no le pase nada más”. Intenta que el tiempo que tienes, sea mucho o
poco, no sea un camino por el que has
pasado de puntillas, llénate de barro, pisa los charcos hasta el corvejón, y
recuerda que el secreto de una vida plena está en los detalles más simples, en
una bocanada de aire fresco y puro, en el aroma de la tierra mojada o el olor a
café por la mañana, en el calor del sol sobre tu piel, en la caricia de la
brisa sobre tu cara, en el rumor del agua del rio o de las olas del mar rompiendo
en la orilla, en un beso, en un abrazo, o
cuando dices te quiero, y si por suerte las lágrimas acuden a tus ojos déjalas
libres, y con su marcha que se lleven la pena que te ahoga el alma.
Tu compromiso es no fallar a tus hijas, a tu
mujer, a la familia y a los amigos, tu obligación es no rendirte sin darlo todo,
hasta que te quedes vacío, y aun así seguir paso a paso hasta que dejes de ser
tú, y si llega, o mejor dicho cuando llegue, acepta el final de tu camino
satisfecho de haber dado lo mejor de ti. Aprovecha lo que te toca pasar como
una máster class, una oportunidad de evolucionar para simplemente ser mejor
persona.
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