Los ciclos.

 

El día 27 de diciembre a las ocho de la mañana pasé por el laboratorio del hospital ya que lo primero es analítica de sangre, principalmente les interesa ver cómo estás de defensas, puede ocurrir  que no te den el ciclo si no vas bien, en mi caso al ser la primera vuelta no había problema, pero del pinchazo no te libras. Después pasas al hospital de día, yo estuve cinco horas y media con las infusiones que traen en bolsas envueltas en papel de aluminio, se ve que la luz afecta a la composición de las sustancias. Poco tengo que contar, se te entumecen las piernas  y se te duerme el culo de pasar tantas horas sentado. Si tienes que ir a hacer pis, desenchufas el perchero de la corriente que alimenta la bomba de infusión y con las bolsas de papel de aluminio colgando en una versión cutre de un árbol de Navidad,  acompañado de tu nuevo amigo evacuas, y vuelta a la silla de tortura. La sensación más desagradable de ese día fue ver cómo bajaba un líquido de color naranja fluorescente que pasaba por la vía y de ahí  al torrente sanguíneo, me da grima sólo recordarlo. Lo ideal es llevar ropa cómoda, unas zapatillas de estar por casa no están de más, igualmente yo llevé un gorro fino, que lo mismo te sirve por si te da frío o para tapar un poco los ojos y dar una cabezada, eché en falta una mantita de las de la siesta en el sofá, los auriculares para escuchar música casi diría imprescindibles, yo no llevé comida, sólo una botella de agua y unos caramelos de sabores de frutas sin azúcar. Afortunadamente no tuve ninguna reacción adversa a los fármacos y tras una mañana larga te dan el alta y para casa, no sin antes comprar en la farmacia una burrada de pastillas, corticoides, antibióticos, para algunos virus, protector de estómago, acido fólico, unas para las náuseas. En fin, de tomar de vez en cuando un Ibuprofeno o un Paracetamol, a pensar en comprarme un pastillero.

Esa tarde salí a dar un paseo, mis sensaciones no eran malas, salvo algo de cansancio y un ligero embotamiento, ya regresando del paseo si noté que las rodillas se me entumecían quizá fruto de pasar tanta horas sin moverme en la butaca del hospital.

La noche fue larga, a pesar de estar cansado me costó conciliar el sueño, oriné poco y esa retención de líquidos se demostraba a la mañana siguiente en el reflejo del espejo donde pude ver mi cara como la de un pez globo cabreado con la vida.

Los días siguientes fui padeciendo los síntomas esperados, fatiga y náuseas, principalmente, afortunadamente no perdí el apetito y podía salir a caminar. Veinticuatro horas después del ciclo probé a realizar unos ejercicios funcionales de fuerza, no lo aconsejo, medio un bajón de los gordos, me tuve que hacer bolita en la cama con náuseas y un terrible dolor de cabeza. Con el paso de los días los síntomas eran más espaciados y quizá más leves, pero siempre que salía a caminar llegaba cansado y con náuseas. Igualmente cada vez que comía me quedaba dormido, literalmente sin batería, me apagaba como un teléfono móvil obsoleto.

Desgraciadamente las visitas al hospital son continuas, análisis de sangre nuevamente para ver evolución de la enfermedad y respuesta del tratamiento, y como este es largo y la quimioterapia supone muchos pinchazos e infusiones, visita al cirujano vascular para la implantación de un reservorio, que es un pequeño dispositivo que se implanta bajo la piel y que en mi caso me colocaron en el pecho bajo la clavícula derecha. El reservorio conecta mediante una cánula con la vena subclavia y por ese lugar es por donde van a administrarme los siguientes ciclos. La operación es con anestesia local, los días posteriores tienes que curarte la cicatriz y una vez que baja la inflamación las molestias musculares desaparecen, se va absorbiendo el hematoma, y sólo queda acostumbrarte a ver y tocar lo que se aprecia como un botón del tamaño del tapón de una botella de agua que sobresale bajo tu piel.

El segundo ciclo fue el 16 de enero, quedé ingresado el día de antes por la tarde, me prepararon el reservorio con la vía para el ciclo y pase toda la noche con pre medicación y suero. Este segundo ciclo es fuerte, muy intenso, dos días con infusiones de quimio mañana y tarde en largos periodos, según Carlos, mi hematólogo, es mucho más específico para el linfoma, pero también es mucho más tóxico para el organismo. La segunda noche fue dura, pasé media noche abrazado a una palangana aguantando unas terribles ganas de vomitar a pesar de estar a tope de medicación para controlar las náuseas, no quise ceder el vómito a sabiendas o al menos temiendo, que una vez abierto ese camino me iba a resultar complicado cerrar ese grifo. También sufrí espasmos musculares en una pierna y perdí la capacidad motora al retraer hacia arriba los dedos del pie izquierdo. Los siguientes días, ya en casa fueron igualmente duros, comer se convierte en un reto cuando todo te sabe diferente, pero además, los alimentos te dejan un sabor intensamente amargo y persistente  que simplemente hace que aborrecezcas todo lo que tragas. Creo que para próximas veces para esos días probaré a tomar alimentos más líquidos, después enjuagarme bien la boca, y para camuflar ese sabor desagradable, tomar caramelos sin azúcar y no sé si irá bien chicles sabor menta por ejemplo.

La debilidad física me tiene sorprendido y sobrepasado, soy un trapito sucio y viejo, una sombra de mi sombra, ir del dormitorio a la cocina es como escalar una montaña, está vez he tenido estreñimiento también, una de las noches tuve el dolor de cabeza más fuerte que he padecido jamás, pensé que mi cabeza explotaría en cualquier instante, se me agarrotaban el cuello y la mandíbula.

La suma de todo emocionalmente me ha machacado, me han dominado pensamientos negativos durante muchas horas, frustración, ansiedad, desesperación, rabia, impotencia me han hecho navegar en una tormenta de emociones que me invitaban a rendirme, a no creer ser capaz de soportar una situación que se tiene que prolongar en el tiempo, con episodios que tengo que repetir, y sin garantía de nada más que padecimiento y agonía.

 Demonios ocultos te susurran al oído si crees que merece la pena. ¿Para qué nadar contracorriente? Sí lo que tiene que ser será, y tú crees que lo importante del curso de la vida está escrito, igual simplemente tienes asumir que tu tiempo se acabó, acepta estoicamente tu memento mori porque igual tu apego a la vida es puro egoísmo y buscar en el tratamiento médico más tiempo es tratar de hacer trampa a tu sino.

Cuál es el propósito de la vida. ¿Disfrutarla? ¿Buscar la felicidad? ¿Hay en cada uno de nosotros un ser, una parte de energía mística que necesita evolucionar para trascender y formar parte de algo más grande y complejo que no vas a poder entender? O simplemente es todo biología. Y como cualquier ser vivo de este planeta existimos por una mera casualidad, una probabilidad de existencia por la consecuencia de darse las circunstancias adecuadas en un planeta parte de un universo infinito. ¿Somos atrezo de un teatro? Insignificantes complementos, con consciencia de su existencia, de un elenco de seres  superiores que realiza su caprichosa obra. ¿Es mi existencia determinante para algo? ¿Soy yo más importante o necesario que un insecto , que una medusa, o cualquier animal o que una simple brizna de hierba?

Desde luego muchas personas bastante más inteligentes que yo, grandes sabios y filósofos le han dado mil vueltas a preguntas existenciales, que para mí, no eran ni tan siquiera una curiosidad o poco más que un antiguo dicho del estilo “Pienso luego existo”.

Y ahora de repente, por este episodio desagradable, despiertan en mi cabeza de la mano de esos demonios que campan libres y enloquecidos tan sólo para torturarme,  con una energía negativa que me sobrepasa, como la que libera un animal que ha estado encerrado por un largo periodo que brinca, corcovea y sale desbocado sin rumbo.

Luego, cuando se me pasa el dolor físico, cuando estoy más descansado, cuando puedo comer algo y me sabe rico, cuando miro a mis hijas y las doy un abrazo, cuando veo a mi mujer a la que tengo tanto que agradecer por el descomunal esfuerzo que está haciendo, o cuando hablo con mi familia o con los amigos, y me desahogo, cuando respiro tranquilo, vuelvo a la calma y la tormenta escampa, pienso que la respuesta de si merece la pena continuar llegará con el fin de la existencia y que entonces ese conocimiento ya dará igual, porque el camino se habrá terminado, y mientras tanto sólo tengo que ir paso a paso, quizá sólo sea la hoja de un árbol caída en el curso de un rio, si esa hoja pudiera preguntarse el porqué de su existencia y de lo que le pasa, por qué a veces fluye rápido y otras lento, por qué cae fuerte y se sumerge , por qué de repente se estanca. ¿Serviría de algo ese conocimiento? ¿No es mejor simplemente dejarse llevar resignado por el curso del río en el que te tocó navegar y dejar de preguntarte si voy contracorriente o quejarme  de remolinos y zonas abruptas?

La resignación no es una rendición si la sabemos convertir en aceptación, el proceso no es ceder al conformismo y la inacción, no es abandonarse a la desidia al primer contratiempo o asumir vivir en penitencia y sacrificio constante. No es pereza , docilidad ni dejadez, no es someterse ante algo o alguien, no es una cuestión de mansedumbre, debilidad o pesimismo.

En la aceptación está la respuesta, es dejarse llevar por el curso del río sin tratar de desviarlo por la fuerza o saltar fuera de él, quizá todo sea simplemente fluir con serenidad , sabiduría, paciencia y sencillez.

Lo que tenga que ser será porque lo importante ya está escrito.

 

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