Despertar con dolor.
Despertar con dolor se ha convertido en algo habitual. Una pareja de baile que no sigue tu ritmo y te pisa los pies. Convivir con el dolor es evidente que resulta incómodo: te impide descansar, interrumpe los sueños, agota el cuerpo y arrastra el ánimo por el suelo sin atisbo de piedad. Pero lo más difícil no es solo el dolor que ya conoces, sino ese otro, nuevo, el que aún no tiene nombre ni causa, el que se presenta sin avisar, como un extraño que llama a tu puerta en mitad de la noche provocando que el corazón amenace con salirte del pecho. Y entonces despierta el miedo. La mente corre más rápido que la razón: “¿Qué será ahora? ¿Una señal más? ¿Un síntoma peor? ¿Otro aviso del cuerpo que ya no entiendo?”. La incertidumbre duele más que el dolor. Porque cuando no sabes qué lo provoca, tampoco sabes cómo enfrentarlo. Hay días en los que uno se levanta con más preguntas que fuerzas. Y sin embargo, te levantas. Quizá no porque seas fuerte, sino porque no queda ot...